Esta serie va de una familia norteamericana forrada de pasta que cae en desgracia cuando el patriarca es encarcelado por fraude. A raíz de eso, todos tienen que adaptarse a un nuevo estilo de vida más apretado, cosa que no les va a resultar fácil. El único con una pizca de sentido común es uno de los hijos, Michael, que queda a cargo de la empresa familiar e intenta arreglar el estropicio. Pero no se lo van a poner fácil.

Lo que me gusta de Arrested Development son sus personajes. Por eso tardé un poco en engancharme, porque la historia en sí no me llamaba, pero a medida que fui conociendo a los miembros de la familia... fue inevitable que me cayeran bien. El padre es el más loco de todos pero a la vez posee un extraño sentido común y ejerce una rara autoridad. La madre es insensible, manipuladora, maquiavélica pero predecible. Carece de escrúpulos. Los hijos: Michael, el que razona con más claridad, pero al que a veces se le va la olla, te acaba cayendo bien porque piensas que si sigue así de estresado, le va a salir una úlcera. Job, el mago, es uno de mis personajes favoritos. Es indescriptible, hay que conocerlo. Luego está Buster, que tiene un horrible complejo de Edipo y vive en otro universo mental (es el que más ha estudiado, pero tiene una edad emocional de 10 años). Y luego está la hermana gemela de Michael, Lindsay, mimada, caprichosa e irresponsable, casada con un hombre rarísimo llamado Tobías (los capítulos de la fobia al desnudo son descojonantes). Ambos tienen una hija, una adolescente rebelde de la que está enamorado (en secreto) su primo, el hijo de Michael. No se lo pierdan, el chaval se llama George Michael. Toma ya.

Todos ellos forman una familia desestructurada y disfuncional. Las situaciones, a menudo absurdas, se ven compensadas por el modo en que se plantean y se narran (hay una voz en off). Es una serie divertida. 20 minutos que pasan volando.