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España España · Marte
Voto de Gort:
7
Drama Biopic del famoso pintor impresionista Vincent Van Gogh, que retrata su atormentada vida a partir de su obra, que no es más que un reflejo de la ansiedad, la sensación de fracaso y la soledad que lo llevaron, finalmente, a la locura. (FILMAFFINITY)
5 de noviembre de 2008
15 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Llegar a descifrar el origen de la inspiración artística es una de las cuestiones más peliagudas en el análisis de todo proceso creativo. Escapa incluso al autor mismo, quien conoce las intimidades de la gestación de su obra pero no las confunde con su esencia. Siente que algo de lo que hace no le pertenece y que sólo puede ser custodio de ello.

Hablo en especial de la aportación de Anthony Quinn a esta cinta. Bien podría haberse hundido en lecturas de la biografía de Gauguin, empapado de la esencia de sus cuadros con tahitianas, o haber ensayado hasta la extenuación –ante el espejo, en el reducto de su imaginación- cada uno de los gestos que deberá interpretar que lo que acaba manifestándose en su actuación es una suplantación, la interferencia de los ecos de Almotásim –personaje desconocido y perseguido del cuento ‘Acercamiento a Almotásim’, cuyos rasgos se reflejan en los hombres que va encontrando en su búsqueda.

Una risa suena igual que la de algún mayor de nuestra infancia, la mirada de uno de los parientes de nuestra compañera -en una fotografía tomada durante unas vacaciones- destila la melancolía del retrato de un oficial de la Wehrmacht. En los ocho minutos en los que aparece en pantalla vislumbro a aquellos desconocidos que inspiraron al mejicano. Más decisivo aún es que, en esta suerte de juego de espejos cuyo resultado final se da en pantalla, tenga la sensación de estar ante un momento de verdad –ver al pintor francés a través de otros-, ante la revelación del mundo como caja de resonancias.

Aunque indescifrable y absurdo se nos antoja el sentido de nuestro paso por el mundo, como una nota que suena lejanísima aunque reconocible, el simple esfuerzo de tratar de concebirlo hace plausible que alguien, algún día, llegue siquiera a tocarla.

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“Tampoco olvidaré el soliloquio “Rosencrantz habla con el Ángel”, en el que un prestamista londinense del siglo XVI vanamente trata, al morir, de vindicar sus culpas, sin sospechar que la secreta justificación de su vida es haber inspirado a uno de sus clientes (que lo ha visto una sola vez y a quien no recuerda) el carácter de Shylock.”

“Deutsches Requiem”, Borges.

“Si he sido duro es porque tenía que serlo. No era tanto el mal que inflingía como el bien que podía suscitar: la atenuación de toda urgencia para los más desesperados, la atemperación de los impulsos más codiciosos. […]
No insistas, no recuerdo al muchacho del que me hablas, para mí eran todos iguales. Cuando me venían a ver con sus rostros blanquecinos y venosos marcados por la culebra de la inquietud, me aferraba con fuerza al bastón. Cada vez que lo rompía, subía los intereses. […]
¡Y me llamaron avaro! ¡Un mundo menos tumultuoso es lo que se ha conseguido gracias a mí!”

“Rosencrantz habla con el Ángel”, David Jerusalem.
Gort
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