Es una historia sencilla sobre el bello despertar al amor de una muchachita por su alegre y joven vecino, entre charlas y chapuzones en el lago, pero con sutileza también nos muestra la parte más dura de la vida. Sencilla pero emotiva, contada como solo sabía contarlas Robert Mulligan, intimista, nostálgica y no exenta de esas vivencias intrínsecas de la adolescencia, evita en todo momento caer en sentimentalismos baratos.

La última película de Mulligan, con un acertado reparto y con excelentes trabajos de todos sus intérpretes, desde Sam Waterston hasta Reesse Witherspoon, nos plasma ésta bella historia de amores y desengaños juveniles, siempre acompañados de la excelente fotografía de Freddie Francis y esos hermosos parajes de Louisiana, es agradable de ver.

Robert Mulligan no fue un cineasta muy prolijo, su filmografía no supera la veintena de títulos, destacan de entre ellos, Matar a un ruiseñor, El Otro, Verano del 42. Pero la temática de sus trabajos siempre fue tratada con delicadeza, sin caer en esos excesos utilizados por otros cineastas quizás con la intención de dar más fuerza a historias sin contenido. En su carrera consiguió un Directors Guild Award por Verano del 42, de bien seguro su más hermosa película, dejando a parte Matar a un ruiseñor.