Palabras, palabras, palabras y más palabras...uno se cansa de ver cine y se cansa de leer críticas, llega un momento en que se tiene la sensación de que sólo está viendo un largometraje pensando en la nota que le va a poner al día siguiente, es enfermizo, el único objetivo se convierte en ver películas nuevas para engrosar el listado, en escribir críticas para esperar las votaciones que se van a recibir; ver un film repetido es inaceptable, sacrílego, solo excusable cuando de vacaciones, tras un día de playa y chiringuito, solo se disponen de 5 canales en la habitación del hotel y en uno de ellos han rescatado de las profundidades oceánicas "Le llaman bodhi"... o "Philadelphia", una cinta vista tantas veces que ha pasado a ser un compañero de viaje más, que ha escalado de entre lo cotidiano para convertirse tras 15 años en un clásico, en una demostración de como hacer buen cine. En ese momento Tom Hanks evolucionó para romper su crisálida y pasar de ser un actor encasillado en la comedia ligera, donde había realizado buenas películas como "Esta casa es una ruina" o "Big", a acabar adornando su cuarto de baño con dos Oscars (obvio por respeto su última y lamentable etapa tragadolares al lado de Ron Howard).

Vista hoy en día puede resultar algo anquilosado el discurrir judicial, pero hace dos décadas el problema del VIH y el "problema" de la homosexualidad eran dos tabús odiados, desconocidos y perseguidos que en una analogía apresurada podríamos comparar a la caza de brujas del siglo XVII. Un letrado negro, que sólo al comprender que su situación de discriminación por el color de su piel es similar en cierto modo a la de Andy, proceso que le lleva a la empatía y a la cooperación, completa el tándem que vertebra el guión. Un alegato, una obra de arte, una piedra lanzada al rostro de la sociedad, al autoconcepto del espectador mas bienpensante.