Mientras la veía y, confieso aquí mi incultura, no podía evitar recordar otro papel champiñón de Bill Murray, que me había dejado el mismo regusto insípido: Lost in translation, y, fíjate, descubro ahora que el director es el mismo...
De humor, romántica, genial... había leído en el anuncio, no quise perdérmela y acabé plenamente empatizada con el protagonista, su misma cara de champiñón todo el metraje... Ni frío ni calor, ni una media sonrisa, ni una triste emoción, nada de nada.
No me creo nada, esas mujeres tan dispares, ese hombre literalmente empujado a buscar un soplo de vida en su existencia... ¿cómo, semejante elemento, ha podido tener tal elenco de amantes? ¿a cuatro por año?... nada.... ¿de dónde salen esas mujeres a cuál más estrafalaria?, durante toda una vida alguien con una trayectoria de esas características puede conocer a mucha gente peculiar, ¿pero todas en el mismo año?, ¿y el vecino? ¿tan poca estima merece el espectador que eran necesarios, cuántos son, ¿cinco niños? para que se de cuenta del vacío y la soledad existencial del protagonista? ¿pared con pared ese multimillonario y la pobre familia numerosa, pero eso sí muy feliz, en un barrio americano?.... puffff nada, no me creo nada, y sintiéndolo mucho, para mí la única manera de valorar un trabajo cinematográfico es entrando en él, viviendo la ficción que su director me plantea, si paso la película preguntándome cómo alguien puede tener un sillón así en su salón, realmente es difícil apreciar un mínimo de calidad