Adele lo borda. Clava el papel de adolescente ansiosa, obsesiva e insustancial que después de tres horas de película y una elipsis de tres-cuatro años lo único que cambiado es su peinado. Choca al principio esa “autenticidad” de la que hablan todos, y la cantidad de matices que le da al personaje y a sus expresiones, pero al momento te das cuenta de la trampa. En una película rodada en primer plano casi permanente durante TRES ETERNAS HORAS es inevitable que el protagonista lo inunde todo. En mi caso, lo inunda todo de indiferencia y desgana, porque es precisamente el tipo de personaje que me importa una mierda, y eso ya es un problema de guión y no de interpretación. Precisamente por eso no fue nominada a mejor actriz en Cannes.
El caso de Lea Seydoux es distinto, porque esta tiene algo más de talento. Su transformación para el papel es magnífica y tira del carro en ocasiones refrescando la pantalla de la empanada de su compañera. Aún así cae en el mismo problema, inmovilismo, cliché y falta de desarrollo. Una película plagada de tópicos facilones sobre homosexualidad con un guión naïf e inocentón en exceso que camufla sus carencias bajo toneladas de sexo explícito (muy bien rodado, eso sí) y planos de “visión masculina” absolutamente injustificados y que te recuerdan desde las primeras escenas que esta película de lesbianas “huele a polla” por los cuatro costados (lo que viene a decir que se nota a legua que está dirigida por un hombre). No me extraña nada que las actrices esté tan furiosas con el director; el montaje final de esas escenas de sexo roza el ridículo.
Me acuerdo de Fucking Amal, de Lukas Moodyson, que con una película inocente sobre lesbianas, y que dura la mitad de tiempo, logra transmitir bastante más de lo que logra Adele en tres larguisimas horas.