Las aventuras de estos cuatro críos me dejaron muy buen recuerdo siendo un niño. Recuerdo que en alguna parte incluso me emocioné y todo. Nosecuantos años después la he vuelto a ver y me ha parecido normalita e incluso con partes que cantan a moralina barata, como cuando hablan de ir a la universidad y convertirse en alguien de provecho. Tampoco ayuda ver a Jack Bauer haciendo de macarrilla. En realidad, toda esa panda de macarrillas habría encajado mucho mejor en la peli si a los dos minutos de aparecer en pantalla hubieran sido devorados por un tiranosaurio.

Lo más curioso es que ahora que la veo con ojos adultos, la relación entre dos niños protagonistas me parece no tanto una historia de amistad como de amor. No sé, quizá todo sea fruto de mi imaginación, pero joder, la cosa canta por bulerías. Hay momentos en los que el morreo se ve venir a leguas. En fin, no sé si esa era la intención de la historia, pero bueno… les salió una bonita historia de amor, y no es coña. Además, prescindir de morreos infantiles añade sutileza al tema, pese a no satisfacer a ciertos espectadores con inclinaciones charcuteras que hubieran preferido que los niños se entregasen “a fondo” a sus pasiones más oscuras. Por otra parte, puede que todos estos años viendo Telecinco después de comer hayan pervertido mi mente y esté viendo gigantes en vez de molinos, que no digo que no.

Aparte de eso, hay momentos agradables y la sensación de amabilidad prevalece. Me gusta la frase con la que se resume todo, eso de que nunca se tienen amigos como los de la infancia. Desde luego, cuando eres mayor no te puedes fumar un pitillo con tanta libertad e inocencia como hacen estos chicos en mitad del bosque. Mención especial para la sutileza (o falta de ella) con la que hacen mención a la marca patrocinadora.

Por cierto, la historia de Culograsa es mítica.