Imagínate la paz y armonía que es capaz de transmitir esta película si hace que a un tipo como yo los niños que cuchichean en las filas de delante le caigan simpáticos.

Independientemente del mensaje que transmite, que es el que es (más o menos el mismo que transmiten los documentales de naturaleza con respecto a la contaminación) y que está totalmente justificado, aquí se trata de dejar hablar a la imagen. El narrador interviene poco y brevemente porque, en realidad, lo que importa está en la pantalla. Las imágenes son tan apabullantes, la poesía que transmiten es tal, que poco más hay que añadir.

Da vértigo pensar en los medios técnicos de los que se ha valido este equipo y del trabajo de seguimiento y planificación que han tenido que llevar a cabo para rodar secuencias como la del barco navegando durante un temporal, la vida en la profundidades durante la noche o el enjambre de peces siendo atacado. Llevaba una hora encorvado en la butaca con la boca abierta cuando me dí cuenta porque me estaba empezando a manchar el pantalón de baba.

Una obra monumental hecha para disfrutar de la imagen y el sonido de los océanos. Afortunada y acertadamente, son ellos los protagonistas absolutos de esta cinta.