Porque al comienzo no parecía la típica serie o película sobre el asesino en serie de turno, depravado y salvaje a más no poder, con la consiguiente investigación policial sobre las pistas que va dejando el matarife tras de si. Aquí el argumento se centra mucho en la vida de los dos detectives, en especial la de Macónajiu, muy deprimente, y en la de Woody son sus problemas familiares. En los primeros capítulos son ellos quienes te cuentan la historia encerrados cada uno en cuartos donde se les somete a un interrogatorio, una forma de narrar los acontecimientos a base de flashbacks que siempre mantiene al espectador en alerta y se centra en la personalidad de los actores. Esos son los mejores momentos de la serie. Pero sobre la mitad de los ocho capítulos, de manera intempestiva y decepcionante, salen de esos cuartos a la vida real y al presente. Al presente cotidiano, pues a partir de allí, las distintas versiones sobre la investigación criminal convergen en una frecuencia de acontecimientos vista demasiadas veces. A ratos entretenida, con momentos de suspense y emoción, pero reducida a una somera investigación criminal con un cierre pusilánime, blandengue, y un psicópata que necesita salir más de casa.