Robin Hood, personaje de ficción y leyenda (con la correspondiente base de realidad cogida por los pelos que suele acompañar a tal definición) cuyas aventuras cinematográficas ha acompañado y entretenido a varias generaciones de espectadores en producciones de todo pelaje, blockbuster como las de Douglas Fairbanks, Errol Flynn y Kevin Costner, modestas como la de Patrick Bergin y hasta crepusculares como la de Sean Connery; teniendo en cuenta todo esto, la historia que aquí se nos cuenta desde los orígenes del arquero de Sherwood, y como conoció a Marian y a sus hombres, hasta como se convirtió en ese mítico Príncipe de los Ladrones recurrentemente visto, leído y disfrutado en todo tipo de soportes, es todo un acierto en lo novedoso e interesante de un enfoque que de entrada aleja las naturales prevenciones que en los tiempos que corren trae de serie cualquier mega producción de Hollywood por muy firmada por Ridley Scott que esta venga.

Dejando de lado esas inefables disquisiciones bizantinas sobre rigores históricos, y comparaciones con Bravehearths, Gladiators (bien recibidas por lo inevitable de su uso estando al frente de la función Crowe y Ridley Scott, y cansinas y aburridas cuando se pretenden usar como demérito), estamos a mi juicio, ante un entretenido y plenamente disfrutable blockbuster, que por fortuna hace virtud de su peaje palomitero y a través de la mirada profesional de Ridley Scott (acertada en las escenas de acción por lo contenido y clásico en la manera de mostrarlas, sin apenas moderneces de auteur, ni imposibles flechas mágicas), nos cuenta una intemporal y atractiva historia con malos, buenos, actos heroicos y códigos de honor, de esas disfrutables por espectadores de todas las edades que aun conservan la capacidad de regocijo ante este tipo de historias (afortunadamente para ellos, entre los que me incluyo).

Sigue en spoiler por falta de espacio: