Hasta donde yo y mis circunstancias llegan, esta, en principio, inquietante y desasosegante historia a medio camino entre la ciencia ficción y el drama psicológico, no pasa de ser una interesante propuesta desarrollada de un modo que tanto a los autores de la misma como a algún que otro espectador les parecerá muy fashión e inteligente, pero que a mí me ha dejado absolutamente frio, aburriéndome mortalmente con la grandilocuencia y trascendencia con la que te sientes machacado durante todo el metraje (en plan “simplón el que no aprecie la magnitud de la propuesta”) que quizá como cuento corto en una suplemento veraniego de cualquier periódico hubiera tenido un pase, pero que desde luego como largometraje de más de 100 minutos es exasperantemente premioso y aburrido, eso sí, con un final de lo mas precipitado y estúpido que he visto en mucho tiempo.
Aunque quizá un poco traída por los pelos, recomendaría la lectura de “El año de la inmortalidad”, una novelita corta (188 páginas) de Ángeles de Irisarri, que de forma mucho más divertida y cercana juega con la premisa de un Madrid en el que de repente y sin saber porque, nadie muere y las divertidas, agudas y esperpénticas situaciones que tal situación conlleva (de esta novelita sí que saldría una película entretenida).