"Es el opio la flor de la pereza", comenzaba recitando un grupo llegado desde ese lugar donde azota el cierzo. Una enfermedad que me invadió momentáneamente una tarde como para no saber distinguir el morir sobre un sofá o perecer tal vez sobre el no tan frío suelo. Era quizás una necesidad de dormir como quien permanece vigilante durante años a la espera de que la bomba que tiene adherida a su cuerpo explote por algún motivo que no acierta a recordar. El mando se encontraba a una distancia prudente y la televisión ofrecía de nuevo una película para niños que yo acepté ver junto a otro adulto que sufría su propio desvanecimiento.

Ante tal aturdimiento, pasé horas delante de un televisor que respiraba por sí solo repartiendo imágenes de colores y niños haciendo mucho ruido, monstruos de caras incomprensibles y un programa de televisión dentro de mi propia pantalla. Esto es sólo un comienzo, aquí hay espionaje encubierto, traición y malvados apocalípticos. Todo se junta en algún momento, y se comienza a desvelar el misterio, estaba viendo una película de espionaje infantil con la cabeza hundida en un cojín intentando dormir sin obtener el menor éxito... despiadados monstruos los que decidieron que tanto ruido era bueno para una película de sobremesa.

En cuanto al nivel de gratitud sumisa... es un tema difícil de contemplar, ya que la película en sí dejó hace tiempo de estar dirigida a mi generación, y no recuerdo haber visto durante mi infancia ninguna película de este tipo, yo cerraba los ojos con todas mis fuerzas mientras veía cualquier película de Chucky o muñecos malvados y los abría hasta casi perderlos cuando veía algo como el rey león, teniendo en cuenta que me aburría con los números musicales. Y las dos películas me encantaban. Pasados unos años, siendo posiblemente aún una niña, conocí a Robert Rodríguez con su compartida Abierto hasta el amanecer, y me gustó más que las dos anteriores, demostrando así que la inocencia es algo que se pierde en el cine con gran facilidad.

(crítica sin spoiler)