Nos encontramos ante una película curiosa. Se trata más bien de un gag alargado que hace méritos y equilibrios para prolongar su extraño viaje en el alambre. Pretende ser algo serio, pero no deja de tener un aire a fuego de campamento.

Consiste en una sucesión de pruebas de ingenio, adivinanzas, juegos de palabras y chistes típicos de Piedrahita (esa luna en cuarto menguante) que van hilándose con habilidad. Es un enredo que funciona, especialmente si uno va predispuesto a dejarse enredar. Como película película, su entidad ya es más dudosa; se entiende mucho mejor como curiosidad de cinefilia. Pero insisto en que tiene mérito el hecho de mantener en pie una función con un andamiaje tan endeble.

Hay que creerse, para empezar, que Alejo Sauras, pese a su juventud de dientes saltones, es un brillante matemático.Y también que las chicas suspiran por ellos y empapelan sus habitaciones con posters de estos genios precoces. Es la magia del cine.

También hay que creerse que es más importante ir resolviendo una serie de acertijos (alguno hay más viejo que la tos), antes que luchar por la supervivencia en la terrible habitación menguante.

Es una película que juega sus cartas con habilidad y no engaña, no nos da gato por liebre. Es un ejercicio de ingenio, irregular, que encuentra sus propias limitaciones en lo esquemático de su propuesta. Pierde algo de fuelle cuando se empeña en hablar de asesinatos, cuentas pendientes y asesinos vengadores. Al final, la impresión que nos deja es que se han sacado todos los conejos posibles de la chistera.