No es de extrañar que John Wick haya tenido tanto éxito.
Es la combinación perfecta (o casi perfecta... dentro de su género, claro; tampoco pensemos que esto es una obra maestra) del cine de acción de los 80, con toda su violencia y crudeza, y el nuevo estilo de acción a lo Bourne que se puso de moda a principios de los 2000 (artes marciales, localizaciones alrededor del mundo, etc). Y la verdad, es una gozada.
Sin ninguna necesidad de ser, como decíamos, una obra maestra, esta secuela está llena de acción, entretenimiento, diversión y muchos momentos que son sencillamente brillantes, como todo el clímax final en las salas de espejos. Además, nos proporciona el reencuentro entre Laurence Fishburne y Keanu Reeves, que sin duda sacará una sonrisa a los más fans de Matrix.
Por cierto, hay que aplaudir también a Reeves, un actor que se ha reinventado a sí mismo mil veces. Sin entrar en detalles, no ha tenido una vida precisamente fácil y, a pesar de sus muy prometedores comienzos (Drácula, Las amistades peligrosas, Mi Idaho privado, Pequeño Buda), pronto se dio cuenta de que quizás lo suyo no era ser un actor dramático, sino un héroe o antihéroe de acción. Aquí está fantástico, la verdad, y no parece en absoluto que hayan pasado ya casi 20 años desde que se convirtiera en figura mítica de la ciencia-ficción y la acción gracias a Neo.
Un soplo de aire fresco que se agradece mucho.

Lo mejor: Da lo que promete: entretenimiento puro. Keanu Reeves hace un trabajo fantástico, y su reunión con Laurence Fishburne es entrañable.
Lo peor: Quizás los personajes secundarios podrían tener algo más de empaque (atención a la asesina muda que interpreta Ruby Rose, tan carismática como siempre)