A ver, seamos serios. Jóvenes y brujas tampoco es que fuera una maravilla, pero con su aire noventero y esa mezcla de humor negro y terror se ha convertido en un título de cierto culto (pese a desaprovechar su potencial para ser mucho más oscura y "real").
Esta mezcla entre reboot y secuela (para empezar, ¿por qué alguien querría hacer un reboot o secuela de Jóvenes y brujas?) no sólo no es ni graciosa ni terrorífica, sino que no tiene ninguna gracia y encima apuesta, oh, Señor, por el mensaje feminista que ahora tantas películas adoptan. Ya saben: ahora las pobres chicas no son unas adolescentes desquiciadas y con bastante mala baba, como lo eran los personajes interpretados por Fairuza Balk, Robin Tuney o Neve Campbell, sino unas pobres víctimas del patriarcado que son prácticamente unas santas. Ellas no quieren ser "malas", desde luego, pero es que no les queda otra opción.
Todavía, como decimos, si la cosa fuera graciosa podría tener algo de atractivo, pero sencillamente es mala. No hay mucho donde rascar. Quizás el epílogo, claro, que por lo menos sacará una sonrisilla traviesa a los que hayan visto la original.