El reino secreto tiene mérito.
Primero porque es una historia original (hasta donde sé) del director, Matt Drumond, que ejerce también como guionista. Segundo porque logra lucir con el encanto algo kitsch de la fantasía ochentera, con esas criaturas de "trapo" (aunque estén hechas por ordenador) y tan parecidas en ocasiones a otros personajes conocidos, como Yoda. Y tercero porque acierta repitiendo un lugar común en la fantasía protagonizada por niños: el poder sanador de la fantasía frente al dolor, el abandono o una situación familiar o social de lo más complicada para los menores. Lo hemos visto en Las Crónicas de Narnia, Un puente hacia Terabithia, La materia oscura (en sus diferentes adaptaciones) o incluso El laberinto del fauno.
El problema de la película es que, sí, tiene encanto y es entretenida, pero quizás hemos visto ya demasiadas historias similares como para que permanezca en la memoria o produzca un impacto duradero y real en el espectador. Se ve bien, sí, pero se olvida pronto.
Aun así, un bello esfuerzo australiano en el siempre necesario subgénero de la fantasía.