Ayer no termina nunca es una de esas películas que deberían haber sido un corto. La idea de partida es buena, es demoledora, muy actual y muy verdad como las cosas sigan así en nuestro país (no hay ninguna demagogia ni falsedad por parte de Isabel Coixet, por mucho que su discurso resulte demasiado obvio: los recortes están ahí, y que hay gente que está dejando de recibir asistencia sanitaria por culpa de ello es una terrible realidad). Le cuesta la vida arrancar, nunca mejor dicho, y no es hasta la media hora cuando se empieza a entrar en materia, mientras Coixet se regodea en un ritmo en exceso sosegado y un metraje extendidísimo que hubiese podido resumirse en veinte o treinta minutos, solamente. Un corto, vamos. En teatro también habría resultado mejor su minimalista puesta en escena de dos actores y un único escenario de la acción, pero en película hay una sensación rara que no acaba de encajar con nada.
Hay intensidad, hay momentos impactantes (el final, ciertos pasajes de la conversación), pero todo es demasiado tedioso y, esta vez sí, demasiado falso y pedante como para creérnoslo o identificarnos con los personajes. Le salió el tiro por la culata a la directora detrás de esa genialidad que es Mi vida sin mí.

Lo mejor: Javier Cámara y Candela Peña, que aunque no están en sus mejores interpretaciones, levantan cada línea de diálogo con su talento.
Lo peor: Es aburrida, demasiado larga y poco climática.