Ya había escuchado que esta tercera entrega de la saga de Jason Bourne era la mejor. Y efectivamente así es, pero la verdad es que no esperaba que fuese a gustarme tantísimo, ni que fuese a desprender eficacia y elegancia por todos los poros. Paul Greengrass obra el milagro una vez más, dando una lección a todos los directores de acción del mundo, demostrando que no hay nada como una buen historia y unos buenos actores para gustar al público. La trama de El ultimátum de Bourne no sólo es la más interesante de toda la trilogía, sino que además es la más entretenida y fácil de seguir. Además, incluye ese ¿principio de relación sentimental? entre Bourne y Nikki que tanto recuerda a la relación con la recordada Marie de la primera parte. Obviamente, no es casual. En la película nada lo es. Greengrass lo ha medido todo al milímetro, y así ha salido lo que la película es: una obra maestra de su género. Y si encima aparecen pro allí unos soberbios David Strathairn, Joan Allen y Albert Finney, una correctísima Julia Stiles, y un Matt Damosn en el papel de su vida, pues el resultado no puede ser otro que redondo.

Lo mejor: Los actores secundarios.
Lo peor: Nada