Definitivamente, el cine de los 80 tenía algo que muy rara vez se ha podido reproducir (Super 8... y poco más). Una magia especial, una mezcla entre crudeza y ternura, una capacidad para hacer soñar y emocionar sin resultar cursi ni forzado. La Historia Interminable, Excalibur, El dragón del lago de fuego, Lady Halcón, Los Goonies, Legend, Starman, Cocoon, ET, Encuentros en la Tercera Fase... la lista podría ser interminable.
Cuenta conmigo, la maravillosa película de un Rob Reiner que prolongaría su estado de gracia al año siguiente con otro clásico de la época, La Princesa Prometida, es un perfecto ejemplo de ello. Todo empieza con un pequeño argumento de misterio, con un cadáver que unos chicos se proponen encontrar. Pero esto es solo el principio y, sobre todo, es solo una anécdota para pintar, basándose en un relato de Stephen King, un agridulce retrato del paso de la adolescencia a la madurez y un bello canto a la amistad incondicional de los jóvenes que ya no son niños pero tampoco son hombres. Son tantos y tantos los momentos inolvidables, las frases míticas, y tantas las emociones que desprende la película que se necesitarían horas para enumerarlos todos, así que sirva el maravilloso final de nuevo en Castle Rock con los chicos despidiéndose para entender por qué esta película es una obra maestra y un título de culto: habla de la madurez con inteligencia y sin manierismos innecesarios, y plasma y comprende la ansiedad adolescente y las necesidades de afecto y autoafirmación mil veces mejor que crepúsculo y toda la literatura/cine juvenil que se hace hoy y que pretende decir algo importante sobre el tema.
Y sobre todo, qué maravilla de chavales los que protagonizan la película, todos ellos excelentes, un prodigio de naturalidad, precisamente porque no parecen actores, sino unos chicos normales y corrientes: Wil Wheaton, Corey Feldman, Jerry O'Connell y River Phoenix (cuantas cosas le quedaron por hacer, y qué grande podría haber sido con esos ojos y esa mirada que tenía... RIP). Cuando lloran, cuando ríen, cuando corren y cuando discuten, forman un grupo maravilloso e inolvidable. No hay que olvidar tampoco el placer que supone ver a unos jovencísimos Kiefer Sutherland y John Cusack en pantalla, aunque sea brevemente.
Una película atemporal, que no ha pasado de moda ni pasará, y que a pesar de su claro sabor ochentero, habla de la juventud y el paso a la madurez que todos experimentamos. En cualquier época y lugar.

Lo mejor: Todo
Lo peor: Quizá la voz en off aparece en exceso, pero es un defecto tan mínimo en una película tan redonda...