Adaptar a John Le Carré no es cosa fácil. Sus historias, aunque muy exitosas y aparentemente asequibles para el cine, no son demasiado atractivas después en la pantalla, con ciertas excepciones (entre las recientes, El jardinero fiel o El topo), ya que son densas, complejas y de ritmo tirando a pausado.
Esto mismo ocurre con Un traidor como los nuestros, una película correcta, aceptable, bien rodada por Susanna White (realizadora con una larga carrera en televisión, tanto en Inglaterra como en Estados Unidos), muy elegante, como es habitual en el cine y la televisión hechos en Reino Unido... pero nada más. No emociona, no entusiasma, su misterio no es especialmente excitante, y acaba dependiendo demasiado de sus excepcionales actores para mantener el interés. Tener a Ewan McGregor como protagonista es un punto a favor para cualquier producción, aunque en esta ocasión los principales atractivos son el siempre sibilino Damian Lewis y el (casi) siempre tenebroso Stellan Skarsgard, que es único para este tipo de personajes oscuros.

Lo mejor: La elegancia de la producción, sello de identidad de las producciones británicas, y el reparto.
Lo peor: No es nada del otro mundo ni destaca realmente por nada.