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Voto de Sibila de Delfos:
9
Comedia. Drama. Romance Hollywood, 1927. George Valentin es una gran estrella del cine mudo a quien la vida le sonríe. Pero con la llegada del cine sonoro, su carrera corre peligro de quedar sepultada en el olvido. Por su parte, la joven actriz Peppy Miller, que empezó como extra al lado de Valentin, se convierte en una estrella del cine sonoro. (FILMAFFINITY)
4 de diciembre de 2012
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Qué valor el de Michel Hazanavicius al hacer esta película.
Hacía falta un coraje enorme para poner en pie una película muda (no, esos pocos sonidos o esas líneas del final, que tanto sentido y simbolismo tienen, no cuentan) en pleno siglo XXI, cuando gran parte del cine que se hace en diversos géneros (como la acción o la aventura) está basado en gran parte en el ruido y los montajes apabullantes.
La cosa podría haber salido muy mal. Podríamos estar hablando de uno de los grandes descalabros de la historia, de una película ignorada a diestro y siniestro por los públicos del mundo entero. Quizás, si no fuera por las peculiares circunstancias mundiales en que se estrenó, le habría ocurrido lo peor. Pero la gente, entre tanta corrupción, paro, recortes y sinsabores, tiene necesidad de reír, cantar, bailar, emocionarse. Y en una palabra, de soñar. Y éso es lo que hace The Artist. Es simplemente una película perfecta para soñar con otro cine y otro mundo.
Porque la propuesta de Hazanavicius, sustentada en esa portentosa música que ha cuidado hasta la última nota Ludovic Bource (¡Qué notas! ¿Alguna vez una película ha dependido más de su banda sonora?), que envuelve, eleva y nos cuenta quiénes son los personajes, es la recuperación última de ese cine sencillo que, lejos de estar pasado de moda, continúa encandilando igual que antes. Sin duda, el hecho de ser muda y en blanco y negro ayudó a incrementar su atractivo, pero la película hubiese funcionado igual con sonido y color, porque es puro encanto, toda brillantez y emotividad. Y por si fuera poco, culmina con una media hora final simplemente perfecta, y está llena de momentos para el recuerdo, como la secuencia del incendio, las apariciones del perro Uggie, las miradas que se dedican los dos protagonistas, y, por supuesto, el baile final.
No podemos olvidar una alabanza a la labor de los intérpretes, doblemente difícil al saber que no cuentan con las palabras ni la voz para expresarse, recayendo todo el peso dramático en sus caras, ojos y cuerpo. Y no sólo Jean Dujardin y Bérénice Bejo están soberbios, sino también James Cromwell y John Goodman, perfectos secundarios, especialmente Cromwell (la relación entre Valentin y Clifton es entrañable gracias a la química entre Dujardin y él).
En definitiva, una película necesaria y hermosa, que habría hecho sonreír a Chaplin, Keaton y todos los maestros que hicieron de la ausencia de palabras y la música sus mejores aliadas.

Lo mejor: La apoteósica banda sonora de Ludovic Bource y el encanto que desprende.
Lo peor: En realidad nada, salvo que, digan lo que digan los premios, no era la mejor película de su año.
Sibila de Delfos
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