Después de años de inmersión en el cine comercial y probando muchos géneros distintos, y culminada la experiencia con la primera trilogía Spider-Man de Tobey Maguire enfundándose el traje de trepamuros, Sam Raimi decidió que era hora de volver, aunque fuera momentáneamente, al estilo de terror que lo había hecho famoso en los 80, con clásicos como Posesión infernal o Terroríficamente muertos.
Desde luego, Arrástrame al infierno no es tan fuerte como aquellas, o tan pura en su apuesta por el género, ya que no deja de estar pensada para ser un éxito de taquilla y resultar más digerible para todo tipo de espectadores, pero está claro que el oficio de Raimi como autor de terror sigue ahí y sus fans seguro que la disfrutarán como locos. Y los no fans también, porque es un entretenimiento de primer nivel que, como es habitual en este tipo de películas, apuesta sin disimulo por un humor negro que le va de maravilla a esta propuesta de maldiciones y viejas diabólicas que persiguen a una pobre chica cuyo único pecado ha sido hacer su trabajo y ser un poco ambiciosa. Y sí, el ejemplo perfecto de todo esto y de lo que es la película lo encontramos en ese final que no vamos a desvelar aquí, por supuesto, pero que resulta tan... tan... cómo definirlo... ¿impactante? ¿Hilarante? ¿Tremendo? Todo eso y mucho más. No respiren, porque la cosa viene fuerte.
Una pena, eso sí, que Alison Lohman decidiera retirarse poco después para centrarse en sus hijos y en la formación online de otros actores. Una pena para nosotros, los espectadores, claro, porque dejamos de ver el talento de una actriz excelente en proyectos tan dinámicos e interesantes como este.

Lo mejor: Su humor negrísimo, su conexión con el "estilo Raimi" y la interpretación de Lohman. Y sí, su final.
Lo peor: Tenía espacio para ser un poquito más bestia, dentro de su intención de ser comercial.