Es digno de mención el mérito de Cameron a la hora de abordar la secuela de Alien, que había dejado el listón nada menos que a bordo de la malograda Nostromo. Creo que una secuela con la misma estructura (nave-bicho-suspense) no hubiera tenido la fuerza (ni la gracia) suficiente como para dejar huella en el público (claro que ahora es muy fácil decirlo). Entonces, el amigo James, fan de la obra de Scott y que venía de hacer la icónica 'Terminator', decide adaptar el trauma norteamericano de Vietnam, muy presente para la audiencia, a la ciencia-ficción de la época. Una idea, si me permitís la expresión, sumamente cojonuda, pues se vale de la terrorífica premisa original (desde la pesadilla de Ripley al comienzo) para plantear un nuevo y estimulante escenario, tan acongojante como 'familiar'.

A priori puede parecer una tarea sencilla: más xenomorfos, más armamento, más acción. Pero, y ahí se nota la diferencia entre un director de cine y uno de videoclips (léase Michael Bay), dotar al conjunto de un peso dramático, moral, entretenido y, especialmente, verosímil (¿quién, en su sano juicio, volvería a ese infernal planeta? Pues alguien traumatizado y obsesionado, como Willard en 'Apocalypse Now': "Saigon. Shit. I'm still in Saigon"), con el trasfondo de la única guerra que ha perdido, contra todo pronóstico, tu país, es como para brindar una cerrada ovación, puesto en pie, al cine 'comercial' de calidad 'made in Cameron'.

Como muestra de que el negocio no tiene porqué estar reñido con el buen celuloide, me gusta recordar que 'Aliens' se estrena justo antes que 'Platoon', 'La Chaqueta Metálica' y 'Wall Street' (ésta última referencia, en cuanto a los intereses económicos de la compañía Weyland). De hecho, nuestros insaciables mercados se me asemejan un poco a los aliens, ya que no les afecta la conciencia, los remordimientos ni las fantasías de moralidad. Como diría Ash: "Aún no comprendéis a lo que os enfrentáis".