Revisioné en pantalla grande La Naranja Mecánica más de 50 años después de su estreno, con miedo de que se me cayera del estante de las obras maestras ubicado en mi memoria.

Gracias a Dios, no fue así, más bien, fue al contrario. Salí convencido de que había visto a Kubrick en su apogeo, no sólo con su acostumbrada perfección técnica, sino además con una imaginería visual sin precedentes, estructura narrativa precisa, elección de acompañamiento musical prodigioso pero además las escenas cargadas de calidez, desparpajo y atrevimiento, vivo y dinámico a la hora de elegir soluciones creativas, lejos en este sentido del mayor distanciamiento y cerebralismo en sus trabajos posteriores.

Además de Kubrick en estado de gracia, para formar este milagro habría que destacar, entre otros muchos factores, la magnífica ficción de Anthony Burguess, sin duda obra literaria redonda y colosal, y el trabajo actoral de Malcolm McDowell, imposible pensar en alguien mejor en el papel, simplemente perfecto, con encanto, divertido, con carisma, con energía.

La Naranja Mecánica es una orgía para los sentidos visual y auditivo, no hay película que en la imagen y la música se complementen de una manera tan perfecta. Y además es divertida como el demonio, tiene muchísimo humor, afilado y cínico, rasgo poco explotado en Kubrick