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Países Bajos (Holanda) Países Bajos (Holanda) · Ámsterdam
Voto de loquearde:
8
Drama El 11 de abril de 1993, Guillem Agulló, un chico de 18 años, antifascista y antirracista, es asesinado de una puñalada en el corazón por un grupo de extrema derecha. Un juicio paralelo intenta criminalizar a la víctima. Abogados y medios de comunicación lo reducen todo a una simple pelea por una chica y presentan a Guillem Agulló como un joven violento. Destrozados, Guillermo y Carmen, sus padres, lucharán porque no se tergiverse el ... [+]
4 de octubre de 2020
36 de 43 usuarios han encontrado esta crítica útil
Parte de la curiosidad que me generaba en un principio La mort de Guillem era ver cómo se iba a enfrentar a ese material Carles Marqués-Marcet. Al director barcelonés le conocimos la mayoría en 2014 de la mano de 10.000 km, la mejor película sobre las relaciones a distancia modernas que existe. Después, siempre acompañado de su actor fetiche David Verdaguer, nos entregó otras dos películas que hablaban sobre las relaciones modernas con un candor y una naturalidad pasmosa. En Tierra firme, acaso su película más “película”, trasladó la acción a Londres y nos llevó a un terreno aún poco explorado, el de las familias que se construyen al margen de hipotecas y trabajos de oficina. En su última película hasta La mort de Guillem, la estupenda Los días que vendrán, esa naturalidad que normalmente ocupa un rol central en su cine alcanzó su cima, utilizando el embarazo real de la actriz María Rodríguez Soto y su pareja en la vida real (David Verdaguer). Aunque, eso sí, utilizando este embarazo para construir una ficción alrededor de él.

El cine de Marqués-Marcet hasta la fecha ha sido, en definitiva, una exploración de diferentes aspectos sobre las relaciones de la generación millennial: las relaciones a distancia, la imposibilidad de tener una estabilidad económica y, por ende, geográfica, crear una familia en medio del jaleo en el que estamos todos metidos… Y eso me llevaba a preguntarme: ¿qué enfoque le dará el director a una historia real como la del asesinato a mano de neonazis de Guillem Agulló?

Para poneros en contexto, Guillem Agulló era un chico de 18 años valenciano que militaba en movimientos independentistas de izquierda. La madrugada del 11 de abril de 1993, murió apuñalado en la localidad castellonense de Montanejos a manos de un grupo de jóvenes de extrema derecha. El juicio posterior, uno de los más mediáticos de los noventa en España –hasta el punto de que tuvo que celebrarse fuera de los juzgados para poder acoger a la prensa– se centró sobre todo en probar que las motivaciones tras el asesinato de Guillem fueron políticas.

Partiendo de esta historia que podría haber dado para un true crime al uso de Netflix, lo realmente interesante de esta película es ver un material tan cruel por el filtro de un director en el que suele brillar un humanismo valiente y emocional, alejado del aspaviento. En La mort de Guillem nos encontramos con una nueva faceta de Marqués-Marcet, pero no deja atrás algunas de las mejores características de sus films anteriores. La película funciona simultáneamente como retrato īntimo sobre la pérdida, ficción documental sobre su época y la militancia antifascista, y como thriller judicial.

Los primeros 20 minutos de la La mort de Guillem son un recorrido atroz al corazón de la desgracia. Pero lo que podría haber sido rodado de manera morbosa o centrándose en detalles banales, Marqués-Marcet consigue que la mecha del drama prenda a través de una galería de miradas y de planos cortos de sus padres. Un pistoletazo de salida que, precisamente, la aleja de esos true crime que mencionaba antes. La mort de Guillem es una tragedia íntima antes que una mediática, aunque eso también llegará más adelante en el film. Lo bien documentada que está la cinta es otro de los factores que le ayudan a brillar con fuerza. Marqués-Marcet no duda de tirar de material de archivo para barnizar de verdad lo que vemos en las caras de los actores. Vídeos de informativos de la época, recortes de periódico, la elección de la música, la decoración de la habitación de Guillem… todo ayuda en la construcción del relato y contextualiza lo que vemos y oímos en pantalla. Hay incluso una opción que me parece especialmente arriesgada: la de introducir vídeos mostrando a los padres en la vida real de Guillem. En mi opinión, funciona, ya que son imágenes que vale la pena que el espectador vea para que pueda entender que lo que se muestra en La mort de Guillem no es mera dramatización de los hechos: la película está enraizada en los hechos reales.

Y a nivel ideológico, ¿cuál es el tratamiento que ofrece el director en esta cinta? Es pura coincidencia todo lo que se está hablando estos días de la gran apuesta audiovisual de la temporada: la serie Patria producida por HBO. Las críticas más feroces (al margen de los trolls fachas de toda la vida) le están llegando por su equidistancia en el conflicto. Equidistancia que, por cierto, ya estaba en la novela de Aramburu. Esa equidistancia no es algo que encontremos en La mort de Guillem y se agradece. En tiempos en los que empezamos a transitar la siempre resbaladiza senda de escuchar a todas horas falsas equivalencias del tipo “la extrema derecha es lo mismo que la extrema izquierda”, se agradece un poco de cordura y sensatez alejadas del ruido mediático imperante. Porque no, no es lo mismo luchar por causas justas como son la justicia social o la no discriminación que manipular a la población para llevar a cabo políticas en favor de las élites y de la sociedad heteropatriarcal.

La mort de Guillem es una película necesaria en cuanto que ayudará a la audiencia que lo vivió a saber más sobre este caso y, a los que no lo vivieron o aún éramos demasiado jóvenes, a ser conscientes de lo que le ocurrió a Guillem. En medio de un clima político en el que los que quieren acabar con la democracia campan a sus anchas por las instituciones, La mort de Guillem invita a reflexionar sobre el tipo de país que somos y sobre como, por más que nos pese, la sombra de la intolerancia y de la represión está sobrevolando nuestras cabezas, más acechante que nunca. Guillem Agulló, ni oblit ni perdó.

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