De entre todas las películas sobre el nazismo que se han realizado, Verhoeven se ha encargado de filmar la más folletinesca de todas. Por eso, El libro negro tal vez no sea la mejor película sobre la época, pero es perfectamente válida para pasar un buen -y largo- rato con una historia llena de amor, tragedia, traición, engaño y muerte.
La mejor manera de ver El libro negro es como una película de aventuras. Eso sí, la peor aventura que haya podido vivir nadie: la resistencia contra la escoria del nazismo. Verhoeven, tras su larga estancia en Hollywood, regresa a su país natal para relatarnos la peripecia vital de Rachel Stein, una joven cantante de cabaret que, tras perder a toda su familia a manos de los nazis, decide colaborar con la resistencia. A través de su figura descubriremos los entresijos del poder nazi y los de los que lo combatieron día a día poniendo en peligro su vida.
El libro negro adolece de cierta superficialidad. La excesiva acumulación de lances impide profundizar en los personajes y sus motivaciones, pero a cambio imprime mucho ritmo a la historia y no deja que decaiga el interés. El personaje mejor delineado es, claro está, Rachel (magnífica Carice Van Houten); pero no porque el guionista haya firmado un alarde de sutileza y esmero, sino porque no queda más remedio: son casi dos horas y media las que pasamos con ella en pantalla, y la película no se sostendría con un personaje que no fuera creíble y coherente. A ello contribuye en gran medida la buena interpretación de Carice Van Houten, dando vida a una heroína valiente y de indudable atractivo.
En fin, El libro negro tiene su interés como historia de aventuras ambientada en el nazismo. A pesar de cierto aire televisivo y folletinesco, Verhoeven firma una buena película, que va creciendo con el paso de los minutos. Es una de esas películas-río, de aluvión, repleta de acontecimientos no siempre presentados de forma equilibrada, pero que mantienen al espectador bastante interesado, sobre todo en su tramo final. Por otra parte, no es que sea una película intimista, pero rebaja muchos de los vicios grandilocuentes del Verhoeven hollywoodiense. Se percibe en ella un afán menos comercial, una mayor voluntad de contar una historia que cale más en el corazón del espectador que en su bolsillo.