Hacía falta una buena película sobre Nelson Mandela, y sorprendentemente Clint Eastwood se embarcó en ella basándose en un hecho puntual que sería clave en su mandato, narrado en el libro de John Carlin: cómo Mandela utilizó la final del mundial de rugby para unir a su país bajo un mismo sentimiento y una misma bandera.
No es una película sobre la vida de Mandela -afortunadamente, el biopic no es lo mío-, sino sobre lo que lo hizo imprescindible y admirable. La película de Eastwood, aunque parece un proyecto atípico dentro de su filmografía, es rigurosa y derrocha admiración por sus personajes principales. El defecto es la poca profundidad con que analiza la situación política de Sudáfrica y el excesivo academicismo de Eastwood, que da como resultado una película correcta y estimable, pero sin pasar de ahí. Y con la historia de Mandela, es difícil fallar y no encontrar en ella elementos dramáticos y épicos que te permitan poner en imágenes una historia emotiva e impactante. Sin embargo, Eastwood pone más oficio que genio, y no intenta hacer nada que desentone con el tono general de la película, no intenta poner su sello, sino que se limita a contar la historia, pero sin ahondar en ella.
En el reparto actoral, un diez para Morgan Freeman y Matt Damon, muy creíbles. El resto, correcto, en un guión que podría dar más de sí. Corrección con momentos destacables. Así podría definirse Invictus.