Ya hacía falta una película que hablara de ese gran sueño colectivo convertido en pesadilla que ha resultado ser la burbuja inmobiliaria. Aquí se examina el problema a pequeña escala, que es donde de verdad se aprecian las consecuencias de esta gran estafa. Ya era hora de poner en pantalla cómo la avaricia de unos pocos ha jodido la vida de muchos.
Otra cosa es que Max Lemcke, más allá de sus buenas intenciones, haya sabido contarlo con fuerza y valentía. En efecto, las intenciones son buenas, pero a esta película le falta mala leche y le sobra un poco de compasión hacia sus criaturas. No seré yo quien defienda a los especuladores, ni mucho menos, pero están tan marcados los buenos y los malos en esta película (y no puede ser de otra manera), que se corre el riesgo de perder matices y no entrar a fondo. La denuncia queda clara, pero también da la impresión de que no se descubre nada nuevo en Cinco metros cuadrados.
Aunque no llegue hasta el final en sus indagaciones e incluso el final de la historia pueda resultar una salida por la tangente, no quiero eso decir que Cinco metros cuadrados me pareciera una mala película. Creo que su historia es interesante y muy realista, muy pegada al suelo. Sus personajes son bastante creíbles (aunque Fernando Tejero no termine de convencerme como actor dramático). Además, Lemcke sintetiza y procura ir al grano, sin rodeos.
La pega que lastra esta película es su, al parecer, poca ambición, los pocos riesgos que asume más allá de lo que todos conocemos. Ya lo he dicho antes: le falta mala leche. Esta película debería una venganza artística, un ajuste de cuentas, un puñetazo en la mesa. Desgraciadamente, no lo es.