Nada más que la idea del pueblo más al norte de EEUU, Barrow (Alaska), en el que hay 30 días seguidos de noche durante los cuales está totalmente aislado, da mucho miedo. Y si encima el pueblo es atacado por vampiros, podría ser algo muy parecido al fin del mundo. Pero, entonces, ¿por qué 30 días de oscuridad no me hace sentir eso, por qué no me pega a la silla lleno de desasosiego e inquietud?
En cierto modo, es un punto de partida medio desaprovechado. Cierto es que la ambientación, la puesta en escena, son excelentes. Inquieta, en los primeros minutos, pensar en la situación de ese pueblo. Lo malo es que, conforme avanza la película, no gana en tensión, sino que se diluye en una sucesión de escenas sangrientas sin que ello contribuya a dar mayor rotundidad al argumento. Es una historia de supervivencia, claro está, pero los personajes no tienen suficiente cuerpo y no ayudan a que nos impliquemos en la trama. Esto puede ser achacable a las discretas interpretaciones de Josh Hartnett y Melissa George.
Por el contrario, sí cabe maravillarse con la realización, con la fotografía y con los magníficos escenarios. En aspectos técnicos, 30 días de oscuridad es bastante notable. Pero le falta algo de corazón, por así decirlo. En ella parece haberse sacrificado el fondo por la forma, como le suele pasar a muchas películas del género.
De todas formas, es una película que puede disfrutarse si uno no se para en detalles, si busca una descarga de adrenalina sin más problemas. Tiene fuerza, pero sin un propósito bien definido. Hay fuerza bruta, pero poca sutileza.