Los bosquejos sonoros del francés Alexandre Desplat incursionan en el claroscuro (tal como así ha sido definido en ocasiones el amor) estadio gradual del nacimiento, renacimiento, vida y muerte, a través de una historia un tanto conspicua, pero en absoluto inocua. Subyace en el metraje, en las miradas, ese afán de lo eviterno, del anhelo sumo de lo eterno. Resulta grato ver a Lauren Bacall en uno de sus últimos roles en pantalla, en un papel secundario y un tanto cínico. Quizás la parte final de la cinta minimice el interés acumulado, y en vez de un final ambiguo opta por una racionalización de la psique infantil que termina por afectar la vida de los adultos a su alrededor.