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Tanzania Tanzania · Ngorongoro
Voto de Mazaira:
8
Drama. Fantástico. Aventuras William Bloom (Billy Crudup) no tiene muy buena relación con su padre (Albert Finney), pero tras enterarse de que padece una enfermedad terminal, regresa a su hogar para estar a su lado en sus últimos momentos. Una vez más, William se verá obligado a escucharlo mientras cuenta las interminables historias de su juventud. Pero, en esta ocasión, tratará de averiguar cosas que le permitan conocer mejor a su padre, aunque para ello tendrá ... [+]
12 de noviembre de 2023
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Todos los seres humanos construimos relatos. A medida que pasan los años y la vida se acumula sobre nuestras espaldas, uno ha de ser realmente fuerte para no vencer bajo su peso o dejar de negar y falsear lo vivido. Los relatos nos ayudan a resistir el peso de nuestras propias vidas. Todos los seres humanos construimos relatos, pero pocos logran ver sus vidas como algo extraordinario. A pesar de que todas las vidas humanas son extraordinarias, es sólo gracias a una extraña mirada -a la que podríamos llamar “la mirada de lo extraordinario”-, que la vida se revela para esas personas en toda su complejidad, en toda su magia, misterio y grandeza. Y esa perspectiva influye directamente en cómo tales individuos viven sus vidas, haciéndolas aún más extraordinarias, en oposición a lo que se esperaba de ellas. Los dos protagonistas de esta película, padre e hijo, tienen esta cualidad. Y no sólo eso, son capaces de transmitir esa mirada de lo extraordinario a los demás: son cuentacuentos.

Pero las diferencias entre el padre y el hijo se ponen de manifiesto desde el comienzo. Mientras que el padre es un narrador oral, intuitivo y carismático, con un profundo sentido de lo mítico; el hijo, apegado a lo terrenal, trabaja como periodista y todavía no ha descubierto todo su potencial. Entre ambos, hay una profunda herida.

La muerte del padre, como en los antiguos relatos, será el ritual de iniciación del hijo. Será la fuerza imparable que vuelva a unirlos y a enfrentarlos con sus destinos. La insofocable sed de atención y de amor del padre, que constituye la fuente de sus relatos, no deja sitio para su hijo, nunca lo hizo. Y Big Fish habla, casi sin quererlo, del daño que este tipo de padres hacen a su descendencia; por su inseguridad, por su insensibilidad y por su brutalidad; por su radical egocentrismo; por el vacío tan inmenso que tienen dentro que no son capaces de llenar. La metáfora del pez es muy acertada, pues son criaturas frías y escurridizas. Cuando tu padre es un gilipollas intentar cambiarlo no es una opción, así que el hijo tiene que salir corriendo. Sólo la enfermedad y la muerte volverán a unirlos. Lidiar con un padre emocional y físicamente ausente le ha cambiado la vida, pero ahora que él mismo va a ser padre, el hijo, no puede seguir eludiendo su realidad. Hay una profunda tristeza en el trasfondo de esta película que ni siquiera el tono infantil y amanerado de Burton logra maquillar, y que supongo proviene del libro original.

Siendo las tribulaciones del hijo tratadas sólo como detonante para conocer la historia de la vida del padre, el edulcoramiento de Burton no deja ni un resquicio para el dolor de la madre y nos la pinta como un abnegado ser de luz, en la tradición más rancia; volcada en su matrimonio y familia que se supone deben llenar su vida, entendemos que ha sido feliz al lado de este hombre; sus padeceres pocas veces son exteriorizados en nuestra cultura.

“Dicen que cuando conoces al amor de tu vida el tiempo se para”. Burton aprovecha aquí para presentarnos un amor de los de toda la vida, de esos que harían vomitar arcoiris a un unicornio y pondrían en cuarentena una central nuclear por sus elevados niveles de toxicidad. “Oh, I'll build you a kingdom in that house on the hill”, diría Buckingham. El amor en esta historia, como en tantas otras desde el principio de los tiempos, es sólo el combustible para la hoguera del relato. No es una aventura en sí mismo. Los anillos que unen a las parejas protagonistas se ponen y se quitan tal cliché social, como la conquista del otro, sin un atisbo de comprensión del significado. Y hay un mensaje transmitido literalmente desde el comienzo, un mensaje tradicional y machista: “el pez más grande del río es el que no se deja pescar”. Aquel que vive su vida a su aire recibe la mayor de las recompensas: una vida bien vivida. Pues, a pesar de luchar y de conseguir al amor de su vida que con tanta añeja galantería nos vende (síntoma de que no se lo cree), el padre, se la pasa huyendo de él. Porque, según esta historia, las aventuras que merecen la pena ocurren siempre lejos de casa; “the chase is better than the catch”, diría Kilmister. Era este un “privilegio” entonces reservado sólo a los hombres. Seres que, por muy lejos que vayan y por muy grandes aventuras que vivan, jamás conocerán el Reino de la Soledad, pues siempre tendrán a alguien esperándolos en casa. No se puede imaginar el autor, que la pareja, la verdadera pareja, la que no tiene nada que ver con anillos y matrimonios, es aquella con la que se pueden compartir las aventuras. Pero la arquetípica madre de nuestro cuento, por muy angelical que parezca, tampoco carece de responsabilidad en los sufrimientos del hijo ni en los suyos propios. En el mejor de los casos, su inconsciencia, su aquiescencia, su aplauso, la convierten indudablemente en cómplice del padre. Y ni todo el amor del mundo, ni toda la generosidad y dulzura, pueden salvar a los hijos de sus padres.

La obsesión por el tamaño de los peces y de los humanos quizás tiene que ver con el ego de los creadores, imprescindible para poder crear, destructivo a la hora de conservar lo creado. El ego del padre que estrangula al hijo construye gigantes descomunales, pero dóciles y tontos. En otros cuentos la variedad en el tamaño de los personajes ejemplificaba la magia del relativismo: eso que tanto teme la Iglesia Católica y con razón, pues es el principio de una mejor comprensión del universo y de unas relaciones más equitativas. Pero Big Fish no es Alicia y la brutal capacidad subversiva que puede tener la fantasía es desaprovechada por completo; trabajando, muy al contrario, en pos de la conservación del sistema. El cuentacuentos de Big Fish solamente quiere el aplauso. Nada de cambiar nada, nada de entender nada.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Mazaira
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