La malignidad emerge de los resquicios de la mente con todos sus giros truculentos y su herencia tenebrosa. Siempre me ha llamado particularmente la atención la perversidad en su estadio humano más incipiente: la niñez. ¿Cómo un niño puede adentrarse en los laberintos de la maldad? ¿Qué motivos lo empuja? ¿Qué corrompe su inocencia?

No puedo dejar de pensar en "¿Quién puede matar a un niño?", clásico de clásicos; tampoco en otros títulos como "La profecía", "La mala semilla" o más recientemente "The children" o "La huérfana". Incluso "The hole in the ground" (cinta irlandesa estrenada recientemente), ha sabido jugar mejor, con elementos similares pero con una mecánica narrativa más ágil y original.

Debo reconocer que guardaba en "The prodigy" cierta fe. Una fe destemplada pero fe al fin. Lo cierto es que la misma se disipó cuando el metraje fue consumiéndose en sus propios clichés, en sus tibias interpretaciones, en su espiral de tonterías y en una trama que hace agua por todas sus partes. No hay nada en "The prodigy" que pueda mirarse al espejo y parecerse a algunas de aquellas películas referidas. Todo está visto y todo está forzado. No pude creerme nada. Ni siquiera la heterocromía de Miles ha podido impactarme. En esa mirada hay un lastimoso vacío -ni tan azul ni tan avellana-, que debió llenarse con una fuerza mucho más arrolladora; una fuerza a la par de la de una madre devastada que se queda floja a mitad de camino.

El terror admite un catálogo de productos y subproductos del género que caen por su propio peso y que pasarán sin pena ni gloria. "The prodigy" es uno de ellos; tan fútil como inconsistente y previsible.