Para incursionar cinematográficamente en lo metafísico, hay que ser un grande como Bergman, de lo contrario ocurre como con esta película, un tormento de ciento cincuenta y seis minutos de flashbacks esquizofrénicos que no proveen sentido a una historia que en sí misma no lo tiene.
Que en algún momento ciertas escenas románticas emocionen, es natural. Pero fuera de ello, solo algunos efectos especiales, que como si fuera poco todo lo anterior, también pierden su potencia y originalidad en la incesante repetición de escenas inconexas a la que nos somete el director.
Larguísima, aburrídisima, pretenciosa, y solo virtuosa para aquellos que, poniendo casi todo de su propia fantasía, pretenden ver un hecho artístico donde solo hay un bodrio.
Quizás lo único rescatable sea la música, pero está tan mal usada que ni Fauré se salva. A fuerza de ser sincero, no se la recomendaría a nadie.