A pesar de la disparidad filmográfica de Woody Allen, casi siempre hay aspectos rescatables en sus films. En este, en el que el mismo se ha encarnado en el protagonista (Larry David), expresa algo similar a lo dicho - creo que - por Kant alguna vez: un niño y un viejo están vivos, pero el niño nos trasmite una sensación de vitalidad, tanto presente como a futuro, que el viejo ya no nos da. Algo de eso habremos de encontrar en el contraste entre una bella muchacha y un señor mayor, con achaques y desesperanza, síntomas propios de de su edad, quienes se conocen fortuitamente y comienzan una relación afectiva.
A juzgar por los dichos del protagonista, la vida, el mundo, "los demás" (sartrianos) son insufribles. Sin embargo, su semántica depresiva y nihilista no es más que la cáscara intelectual de quien cuenta con más pasado que futuro, aunque vivo lo suficiente como para volver a emocionarse por el poder del amor.
Y en medio de todo ello, una historia en la que nunca faltan diversos personajes propios de la fauna neoyorquina, entre la que el director ha pasado gran parte de su vida. Hay muchas cosas más, pero mejor es descubrirlas viendo una buena película como "whatever works".