Esta película es equiparable a un golpe en la cabeza, a un golpe en la conciencia. La manera de contar una historia mínima que sólo es el producto de unas conductas enfermas. La religión y la represión que conlleva sólo puede tener como resultado el abuso y cualquier forma de psicopatía. Pedofilia, niños robados...
Larraín rueda sin concesiones, diálogos e imágenes son casi documentales. Su trabajo es titánico, heroico, y esos rostros (actores superlativos) que desnudan su enfermedad mirando a cámara son tan passolinianos que mueven a la repugnante compasión. Este tono y esta madurez narrativa es la antítesis de Spotlight, otra denuncia mostrada como investigación de los hombres del sistema, esos audaces periodistas que ganan premios. El club es otra cosa, es inteligencia cinematográfica, es el retrato de la perversión, y es el desencanto de saber que a pesar de tanta denuncia todo seguirá siendo igual. Los depredadores siempre estarán ahí, y siempre "alguien" los protegerá. Y las víctimas siempre serán esas víctimas primero torturadas y después olvidadas.
El club no es un jueguecito de periodistas intrépidos, es una película de mayores, es más que eso, es una grandísima película , es una revolución.