Fleming fue para mí el James Cameron de los años '30. Un hombre dotado para contar cualquier historia sencilla a lo grande, comercial, inteligente, pero imbatible a la hora de calar hondo en el sentir del espectador.

Es imposible no disfrutar con la historia de un chiquillo que aprenderá el valor de las cosas ganadas con el sudor, de lo que implica un padre que educa más allá del dinero. No tiene nada que envidiarle a productos modernos como "La tormenta perfecta" (Wolfgang Petersen, 2000) o "Corazón de héroes" (Ridley Scott, 1996) porque lo que éstas últimas logran con efectos de ordenador "Capitanes intrépidos" lo hace con corazón, la aventura de Fleming es puro sentimiento.

El guión es bueno pero hay que reconocer que tiene sus detallecitos, insignificantes si me lo preguntan. La forma en que habla el niño al principio de la cinta, esa amenaza que le hace a uno de sus compañeros parece casi de cine negro. La caída del barco es bastante ridícula, casi parece un gag chaplinesco. Y las discusiones entre los capitanes de los barcos pesqueros ya son el colmo, a unas distancias considerables en el medio del océano se hablan sin megáfono.

Las actuaciones son destacables, Tracy está imponente, excepto con su portugués que o era malo o estaba doblado. Pero lo mejor es Bartholomew, este niño desprende un carisma único y una expresividad humillante para sus pares, probablemente una de las 5 actuaciones infantiles más logradas de la historia del cine.

La fotografía es buena, la banda sonora es genial, esa canción que canta Tracy, "Don't cry little fish", es una belleza cautivante. El montaje quizá sea lo más flojo pero asimismo tiene sus grandes aciertos, la escena que se desarrolla en la iglesia sobre el final es muy emocionante incluso hasta la lágrima pero no es pesada o efectista gracias a que se corta a tiempo, no dura más de lo que debe.

Lo mejor: la química entre Tracy y Bartholomew.
Lo peor: se alarga un poco la introducción, sobre todo para el que la ve por segunda vez.