Sexo, vísceras y moda ochentera. Estos son los tres aspectos que describen a este "envejecido" film, que parece más propio de una época de liberación diez años anterior pero que cumple con lo que se proponía y ha terminado siendo un hito para toda una generación.

Verhoeven juega con lo conocido: Sharon Stone y Daniel von Bargen. Son los que le dan ese toque a la trama, esa naturalidad decididamente irreal que hizo famoso al realizador holandés.
Michael Douglas, por contra, aporta la cordura, la fama, el talento (puesto que siempre ha sido mejor actor de lo que arpece) y, en el ambiente en el que se movía, incluso el atractivo para el público femenino.

Con estos protagonistas y una trama de crímenes amorosos y psicopáticos, se logra una cinta cuya tensión no alcanzó Verhoeven en ninguna otra, y con una volencia que no podían permitirse los realizadores estadounidenses (por sus limitados márgenes morales).

No genial pero imprescindible.