Las películas son como cualquier pieza artística, te puede gustar mucho, poco, nada o dejarte indiferente. Muchas veces no hay un motivo técnico en el juicio de lo artístico, es un sentimiento. Mi sentimiento con _Piedras_ es irracionalmente excelente; una historia que recuerdas, que disfrutas cada vez que la ves y descubres detalles que se te habían pasado. Las historias parecen todas muy humanas, no se ve pedantería ni excentricidades calculadas para impresionar a los cinéfilos expertos; yo veo una sencillez trabajada en la esencia y compleja en el resultado. El supuesto influjo almodovariano suena a verdadero chiste, salvo que una historia de mujeres sea un argumento almodovariano de partida; es cierto que Almodóvar ha trabajado con unas bases argumentales semejantes en su filmografía, pero la escenificación de la trama y los personajes son muy distantes al estilo del manchego. Se podrían alabar muchos aspectos técnicos, pero sin duda son las interpretaciones lo más logrado; a mí me conmovió especialmente la de Anita (Mónica Cervera) y su amor, puro e inocente, por su cuidador, Joaquín. No tantas películas han tratado con tanta emotividad el enamoramiento de un personaje con retraso intelectual, pero que afectivamente es capaz de sentir el amor de una forma tan intensa como una persona madura y "cuerda". El amor sincero de Anita nos hace pensar en lo universal del sentimiento amoroso entre los seres humanos, por diferentes que estos sean. El final también es auténtico, no solo por el famoso monólogo, cargado de reflexiones existenciales valiosas, sino porque es un final atipico: agridulce, esperanzado y emotivo. En fin, una película inolvidable que puso de los nervios a críticos homófobos. Hablar de "estética gay" en esta película retrata muchos prejuicios; en la esencia argumental, el tema gay tiene realmente muy poco peso, pero ya sabemos que mucha gente no puede vivir sin hablar obsesivamente y/o compulsivamente de los gays, quizá como una autoterapia de reafirmación personal.