Cual César, Woody Allen vino a España, vio y venció. La incursión mediterránea del genio de la Gran Manzana se ha saldado con un resultado más que satisfactorio, un alegre y fresco producto que si bien no entraría a consideración como uno de los grandes títulos del maestro, sí que se hace con un hueco privilegiado por diversas razones.

El tema es uno de ellos: un Allen más pasional, acorde con la cultura de nuestro país (esa es la fama que tenemos más allá de nuestras fronteras), que no duda en aportar a la historia cierto cariz sexual, y que incluso se atreve con un beso lésbico entre una despampanante rubia americana y una morenaza española: Scarlett Johansson y Penélope Cruz.

Junto a semejante par de bellezas encontramos a la poco conocida Rebecca Hall, paradójicamente uno de los papeles más agradecidos de la cinta, por su evolución y su inevitable parecido con los clásicos personajes del director. Javier Bardem se desenvuelve con probada confianza, y nos ofrece junto a Penélope Cruz varios momentos simpáticos en que el idioma se convierte en un problema para las dos turistas.

Si en Nueva York era el jazz y en Londres pasó a la opera, aquí Woody Allen acompaña las turísticas visitas de la ciudad Condal con una apropiadísima guitarra española (destacada presencia del tema "Entre dos aguas"). La cinta, además, es una amplia colección de postales de Barcelona, mostrando los lugares más conocidos y con intención de llevar al público de todo el mundo una visión de Barcelona según Allen.

Con una breve parada en Oviedo, "Vicky Cristina Barcelona" prueba que la falta de originalidad que tuvo el sr. Allen al titular su película no se extendió a la cinta en cuestión. Buenos personajes, mejores actores y un guión que nos ofrece a un Allen más atrevido quizás, pero que conserva sus buenas dotes para hacernos reír y mostrarnos situaciones estrambóticas.

No encabezará los primeros puestos en las clasificaciones de las mejores películas del autor, pero sí que puede presumir de ser algo diferente en la extensa filmografía del mismo, y deberíamos sentirnos orgullosos de que España haya prestado su imagen para una de sus películas. Terminadas las etapas británica y española, sólo nos queda esperar que el regreso a Nueva York del señor bajito con gafas y que toca el clarinete sea más fructífero que la etapa que le hizo, precisamente, partir en busca de nuevos territorios donde difundir sus ideas.