Al igual que en la entretenidísima serie de dibujos de televisión de Spiderman, en la que a Peter Parker se le acababa su tela de araña en las peores situaciones, después de un interesante comienzo con la primera película y una mejor continuación en la que afirmarse como uno de los grandes héroes modernos, al hombre araña se le agotan las redes y termina por estrellarse estrepitosamente contra el sólido muro del negocio y el dinero en esta tercera entrega.

A partir de una premisa interesante (observar el lado oscuro del trepamuros) y con unos villanos bastante imponentes, Sam Raimi intenta sin éxito llegar a un cierre (aunque ya se habla de cuarta entrega...) de la saga arácnida. Y es aquí cuando el director sufre una picadura similar a la que convirtió a Tobey Maguire, muy flojito en esta parte (de verguenza la escena en que se convierte en "malo"), en el archiconocido Spiderman, aunque a Raimi le produce otros efectos secundarios: avaricia, pérdida de visión del camino por el que iba llevando la historia hasta ahora, disminución de capacidad de desarrollo de personajes...

Al querer realizar la entrega más espectacular de "Spiderman" mete a tres malos, trae fantasmas del pasado a nuestro héroe, descubre su nuevo lado oscuro, incorpora a su primer amor en el cómic original... terminando con un cocktail de escenas que en ningún momento parece que cohesionen y que se esparcen cual telas de arañas por el metraje.

Este verano ha llegado cargado de segundas y terceras partes y se ha ido arrastrándolas por su propio peso. A los que esperaban que Spiderman lograse sobrevolar la catástrofe, decirles que se refugien en las dos anteriores entregas o en la serie de dibujos, mucho mejor que este subproducto que nos han intentado colar.

Punto a favor: la aparición (¿o cameo?) de Venom y la escena en la iglesia.