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Uruguay Uruguay · Montevideo
Voto de Juan C:
9
Drama Cuando a Alexander, un escritor griego, le quedan pocos días de vida, necesita resolver un dilema: morir como alguien ajeno a los demás o aprender a amarlos y a comprometerse con ellos. Elegida la segunda vía, lee las cartas de Anna, su esposa fallecida, y cierra su casa en la playa. Un día lluvioso, encuentra a alguien que le ofrece la oportunidad de cumplir su compromiso: un niño albanés al que ayuda a pasar la frontera mientras le ... [+]
12 de diciembre de 2008
8 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una vez más el maestro Angelopoulos a partir de una línea argumental mínima construye una experiencia visual conmovedora. Partiendo de un escritor y sus últimas horas de vida, el director griego se hunde en un viaje a través de la memoria; a su vez exploración de la vida, indagación del tiempo y reflexión sobre el arte y su significación.
Suaves movimientos de cámara en extensos planos secuencia marcan los tiempos del cine de Angelopoulos, tiempos necesarios para indagar el mundo de los personajes, tiempos que nos sumergen en la escena y nos requieren todos los sentidos.
La escena siempre como metáfora visual, como elemento atemporal que recompone en un espacio idealizado los fragmentos del pasado. Largos travellings por una playa recobran vestigios de una felicidad ausentada, personajes cercanos, queridos y abandonados por el devenir, asisten con gracia a los caprichos de la recordación; esta frontera con la inmensidad del mar guarda trazos de presencias en todo material indiferente, evocación de la historia y profundidad de la pérdida.
La demarcación de fronteras es una constante del film: la frontera que el niño albanés no puede atravesar aparece difusa entre la niebla (en su cine, imagen constante que confunde la mirada y desentiende el paisaje); la playa; la vida y la muerte; la rambla donde las personas caminan por su límite y observan, al fondo los barcos, portadores del misterio de la existencia, arrancan la inocencia del horizonte y la finitud, adentrados, rumbo a los contornos de la imaginación.
Solo hacia el final estos territorios divisorios son franqueados; en soledad Alexander decide no ir al hospital, mientras el niño emprende el viaje hacia otros puertos; Nápoles y toda una vida.
Angelopoulos nos regala secuencias de un valor a contramano de las prácticas habituales del cine, nos adentra por un imaginario poético que requiere a cada instante el necesario exilio de la razón, en formas cinematográficas que como pocas utilizan la imagen y la representación como materia fundacional del arte, mecanismo productor de armonía y belleza que trasciende el ámbito cinematográfico estricto.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Juan C
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