Vista hoy, “Esplendor en la hierba” rebosa artificiosidad. De hecho, el cine de Elia Kazan propende a la teatralidad; otra cosa es que ese estilo fuera el que estuviera en boga en los años en que se rodó la película.

Se tiene la sensación de que hay un exceso de histeria a lo largo de toda la película que la perjudica. Los personajes están próximos la caricatura en muchos casos y resulta difícil encontrar un personaje normalito; el profesor de Yale y alguno más. Lloros, abrazos, gritos, besos y miradas soñadoras surgen a cada momento. Todo enfocado a convertir en un enamoramiento shakespeariano lo que no es sino las ganas del chico de acostarse con la chica. Del calentón se pasa al amor profundo en una escena tonta y con escaso sentido y de contemplar un intento de ligue se salta a un amor apasionado y profundo. Que no impide que los protagonistas acaben casados con otros.

Que la película refleje con acierto el clima social de los estados centrales de Norteamérica en los años próximos a la depresión es algo que confiere cierta altura a la película y la libra de un juicio más severo. En todo caso, sobre ella pesan los años. Curiosamente se podría aplicar a la película las palabras de William Wordsworth que dieron título a la película de forma que su resplandor que en otro tiempo fue tan brillante hoy este por siempre oculto a nuestras miradas. Habrá que refugiarse en la fuerza del recuerdo para comprender el éxito que en su momento tuvo.

De todas las formas, se está ante una película perfecta para los que gusten del romanticismo más rosado, gusto que hay que respetar en todo caso. A ellos iba dirigida la película.