Debo confesar que he visto esta película para olvidar la última tarantinada a la que dediqué la tarde de ayer. Eso quizá puede condicionar la opinión dado que, cansado de tanta pretenciosidad y tanto exceso de artificialidad, la naturalidad de “Pequeña Miss Sunshine” resulta reconfortante.

El término de tragicomedia siempre ha causado cierta perplejidad, pero la realidad es que la tragicomedia está presente en la vida cotidiana y que nosotros tendemos a reducir ésta a uno solo de esos planos: el trágico o el cómico. La furgoneta inicia su viaje repleta de auténticas tragedias. El guion va insertando aspectos cómicos, porque en la vida hasta en los momentos más trágicos ofrecen rincones de comedia. La indicacion de que hay que comer por 4$ es muestra de ello.

Es una película con un happy end un tanto peculiar. La idea del triunfo-fracaso resulta obsesiva encarnado en el padre. Y la película culmina con un fracaso colectivo. Sin embargo, todos los personajes han sufrido una peculiar catarsis que no dejan la sensación de que como individuos han mejorado, ha superado sus traumas y sus complejos.

No es una película que vaya a pasar al olimpo de las mejores, pero tampoco puede ser minusvalorada, salvo que sea ello debido a una incomprensión profunda de lo que expone. Un ejemplo de esa actitud sería la propia del hijo que sólo lee a Nietzsche. Personalmente, no me preocupa que una película sea indi o no.

Hay algo que destaca en esta película: las interpretaciones. Son seis los personajes y todos cumplen sobradamente. Al abuelo ya le dieron un Oscar por su actuación. La niña es lo que podíamos llamar “su pareja”; no se puede hablar en ella propiamente de actuación, sino más bien de dirección, pero de una u otra forma derrocha una sensación de ingenuidad y simplicidad que llena la película.