La última joya del cine comercial inglés se llama "Pride" (Orgullo), la típica bonita película que se cuela todos los años en las carteleras de los cines, de tapadillo, pero que conquista corazones con el boca a boca. Como ya pasara con "Full monty" o "Billy Elliot" en su día, tenemos aquí una obra que mezcla la comedia con la crítica social, el drama con la carcajada. ¿Puede una comedia emocionar? ¿Puede un drama hacerte reír? La respuesta es "Pride".

El film nos narra la historia real de una asociación de homosexuales que, durante la década de los ochenta, recaudó fondos para los mineros en huelga por las medidas tomadas por la Dama de Hierro, Margaret Thatcher. El grupo de gays y lesbianas convivirá unos días con los peculiares (y conservadores) habitantes de un pueblo de Gales del sur, por lo que el choque cultural está asegurado. El tono de la obra es el adecuado en todo momento, alternando momentos de comedia, con otros más emotivos, pero sin nunca perder el rumbo. La banda sonora y la ambientación de la Gran Bretaña ochentera son notables, así como las interpretaciones de Dominic West y el siempre solvente Bill Nighy.

Es una película para disfrutar y dejarse llevar, con un montaje ágil y preciso que nos lleva de una escena a otra con brutal eficacia. El reparto es muy coral y variado, con numerosas subtramas, pero en ningún momento el espectador se pierde, lo que tiene mucho mérito. Cada personaje tiene su momento de protagonismo y, la suma de todas las piezas, crea un puzzle fascinante, ecléctico, dinámico y lleno de vida. El director hace malabarismos para que lo emotivo no se convierta en cursi, y nunca traspasa esa delgada línea.

Película colorista y optimista, de esas que desprenden buena onda y que contagia al público. Imposible no salir de la sala con una sonrisa de satisfacción en la boca y alguna lágrima emotiva contenida en los ojos.

Lo mejor: Los actores. La ambientación.
Lo peor: Que se la tache de puramente comercial. Está hecha para gustar, es verdad, pero lo consigue.