Acabada la tercera temporada, las sensaciones son mayormente de decepción, atrás queda la refrescante propuesta de las dos primeras temporadas que conjugaban eficazmente la comedia y el drama más descarnado, en que Bill Hader sorprende como sicario aspirante a actor.

Esta tercera temporada apuesta por un tono más oscuro, donde la comedia brilla por su ausencia, arrastrando a todos los personajes a situaciones extremadamente forzadas y sin sentido.

Nuestro protagonista pasa de ser ese joven con una lucha interior a convertirse en un espejismo que deambula amargado sin un rumbo determinado, motivado solo por impulsos antojadizos, en una trama que desaprovecha a secundarios de lujo como Fuches (Stephen Root), Cussanoe (Henry Winkler) o Hank (Anthony Carrigan), pilares de las primeras temporadas.

Sally (Sarah Goldberg) gana minutos en pantalla, cuestionable decisión siendo lo más flojo de las primeras temporadas, para mutar de un personaje soportable a derechamente detestable acompañada de un arco de pseudo critica a la frivolidad del mundo del espectáculo y las plataformas de streaming, que no va a ninguna parte.

Los elementos antes expuestos hacen que capítulos de alrededor de 30 minutos se sientan de 45.

En fin, en mi opinión y parafraseando al maestro Gene Cussanoe “quieres dejarlos deseando más, no menos”, lo que define a la perfección una temporada para el olvido.