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España España · Las Palmas de Gran Canaria
Voto de Arsenevich:
10
Cine negro. Thriller Estados Unidos, Ley Seca, años 20. Relato sobre los diferentes caminos que siguen tres veteranos que se conocen durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Cuando regresan a América tras luchar por su país, tropiezan con el problema del desempleo y con grandes difícultades económicas. Uno de ellos (Lynn) seguirá con decisión el buen camino; otro (Cagney), amargado por la falta de futuro, no encuentra más salida que el contrabando ... [+]
8 de enero de 2019
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine de gánsteres que había jalonado buena parte de la estructura de Hollywood durante los años treinta con títulos tan relevantes como «Hampa dorada» (Mervyn LeRoy, 1931), «El enemigo público» (William A. Wellman, 1931) o «Scarface, el terror del hampa» (Howard Hawks, 1932) encuentra su cúspide y culminación con esta fabulosa obra maestra de Raoul Walsh, que compendia en una proyección de 102 minutos el retrato de la convulsa sociedad americana durante los llamados «años locos», es decir, la siempre fascinante década de los años veinte.

Manejando con su característica maestría narrativa diversos registros a los largo de toda la proyección, Walsh nos lleva desde las trincheras de la Primera Guerra Mundial, poco antes del armisticio, hasta las postrimerías del año 1930, cuando el desplome de la bolsa de Wall Street provocó la mayor crisis económica y social de la historia americana. El guion se desliza a través de la fábula de tres personajes: Eddie Bartlett (insuperable James Cagney), un joven honesto y trabajador que al regresar del frente se encuentra sin empleo y, casi por casualidad, pasa a formar parte de una red de contrabandistas de alcohol para locales clandestinos. George Hally (Humprhey Bogart) encarna la otra cara del crimen: se trata de un oscuro facineroso sin escrúpulos, violento, vengativo y ávido de poder. El tercero es Lloyd Hart (Jeffrey Lynn), un joven aplicado que estudia la carrera de Derecho y lleva los asuntos legales de la empresa de Bartlett, hábilmente camuflada en una compañía de taxis, pero que en realidad lucha por ejercer la abogacía lejos de los bajos fondos del hampa. En medio de este terceto de personajes surgen Jean Sherman (bellísima Priscilla Lane), y Panama Smith (Gladys George), dos mujeres de caracteres totalmente opuestos.

Como de costumbre, Raoul Walsh hace gala de una habilidad narrativa realmente encomiable. Valiéndose de un montaje dinámico y contagiando al film de una agilidad que le permite cubrir una década de tiempo narrativo en poco más de una hora y media de proyección, tanto los hechos como las tomas documentales van desgranando la crónica de una época convulsa y crispada por la irrupción del crimen organizado en la sociedad americana. Con gran habilidad, la voz en off pone en situación al espectador, al tiempo que le ofrece un carrusel de imágenes directamente relacionadas con los hechos históricos que se mencionan; a continuación, el director coloca el bloque narrativo correspondiente, dotando de una magnífica continuidad a todo el relato.

Los caracteres de los personajes están magistralmente trazados merced a unas interpretaciones antológicas, entre las que destacan las del joven Bogart y la de un James Cagney deslumbrante. La precisión de guion resulta tan evidente que apenas resulta necesario que los personajes digan cuatro palabras para que ya tengamos un retrato claro de su personalidad y de su pasado. Esta es una característica bastante frecuente en los films de Raoul Walsh y, por extensión, en buena parte del extraordinario cine que se hacía por aquellos años.

Un apunte final para el tema de la violencia. Debo decir que me hace mucha gracia cuando oigo o leo comentarios acerca de la habilidad para tratar o retratar la violencia en el cine en directores como Scorsese, Tarantino o Peckinpah (aunque la admiración por este último y su visceral exposición de la violencia puedo llegar a entenderla). En mi opinión, nadie trabajó mejor la violencia en el cine que Raoul Walsh. Sin salirse de la norma básica del buen cine (mejor sugerir que mostrar), este gran maestro elabora secuencias de una crudeza sin igual, pero en ningún momento renuncia a sus principios estéticos y los actos de violencia encajan con extraordinaria coherencia en la armazón de la película, tanto a nivel formal como discursivo. Con esto no quiero denostar ni a Scorsese ni a Tarantino, ni a su habilidad para exponer la violencia a través de su cine; sólo estoy exponiendo que en ocasiones siento que se cae en adjetivaciones fáciles y un tanto rocambolescas. Creo que cualquiera que desee tomar lecciones de cómo se aplica el concepto de violencia en el cine no tiene más que ver «Los violentos años veinte», seguida de «Al rojo vivo», y con eso tendrá un curso intensivo y completísimo.

Maravilloso desenlace, trágico y casi operístico, para una de las obras maestras totales del cine clásico. Una más del maestro Raoul Walsh, quien vuelve a demostrar que no importa la temática o los mimbres narrativos que tuviera que manejar: su cine, indefectiblemente, terminaba siendo un producto artesanal, fruto del oficio, la entrega y la convicción artística.
Arsenevich
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