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España España · Las Palmas de Gran Canaria
Voto de Arsenevich:
10
Cine negro. Intriga Un general millonario y excéntrico tiene dos hijas que están involucradas en asuntos más bien turbios. Decide entonces llamar al detective privado Philip Marlowe para que resuelva sus problemas familiares. Cuando Marlowe empieza a investigar, descubre muy pronto que las diversas ramificaciones del asunto lo convierten en una auténtica maraña. (FILMAFFINITY)
4 de enero de 2019
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si algo caracteriza a Howard Hawks como director es su inusitada capacidad para transgredir y subvertir los preceptos básicos de muchos de los géneros en los que incursionó, y que sembró, hay que decirlo, de muy perspicuas obras maestras. Ya le había pegado un buen revolcón a la comedia con «La fiera de mi niña» (1938) y «Luna nueva» (1940), y más tarde haría lo propio en el Western con «Rio Bravo» (1959). En 1946, y contando con el mismo talentosísimo equipo que había reunido dos años antes para el rodaje de «Tener y no tener» (incluida la pipiola Lauren Bacall, descubrimiento sólo suyo) se lanzó a la aventura de darle una vuelta de tuerca conceptual al género negro. El resultado fue esta extraordinaria maravilla: «El sueño eterno», una película que incorpora dos mujeres fatales en vez de una, que no tiene «flashbacks» ni voz en off, y cuyo héroe no es un borracho amargado y de pasado turbio. Una película que así y todo, y dinamitando las bases conceptuales del género que encara, emerge como una de las más lúcidas y brillantes obras cinematográficas de todos los tiempos.

Como soy consciente de que casi no podré aportar datos nuevos a todo lo que se ha dicho, intentaré centrarme en el carácter medio onírico de la película. Sí: porque antes de David Lynch estuvo Hitchcock, pero antes de Hitchcock estuvo Hawks recreando este Los Ángeles sórdido y luctuoso, donde surgen como setas envenenadas pornógrafos, chantajistas, ninfómanas, ludópatas, asesinos a sueldo, matones, estafadores, baladrones y perdonavidas. Un Los Ángeles que, como digo, parece formar parte de un mal sueño no ya del protagonista, el Philip Marlowe inventado por Chandler y magistralmente encarnado por un Bogart en la cúspide de su carrera, sino un sueño sin fin en los ojos del espectador, que atónito asiste al trazado de un dédalo irresoluble de crímenes y vejaciones, de traiciones y secretos, de dislates y disimulos en torno a una trama intencionadamente enmarañada y retorcida. El sueño eterno del título es ese camino en espiral hacia el abismo que marcan los límites de la proyección, como el abismo al que se asoma el Scotty Ferguson del plano final de «Vértigo». No hay nada más allá del último disparo, de la última muerte, del último eslabón de la cadena… ¿Pero cuándo llega a su fin la cadena? ¿Cuando a Marlowe le ordenan que deje el caso? ¿O cuando intentamos descubrir quién se cargó realmente a Owen Taylor?

Hawks no resuelve las incógnitas pero al mismo tiempo no oculta nada. Nuestro paseo por los escenarios de la película siempre va de la mano de las intervenciones y de las entradas y salidas de Marlowe en los «tableaux» que componen la demencial estructura del film, siempre al acecho de estos despreciables hampones cuya personalidad eclosiona tan sólo un momento… Es decir, en el instante previo antes de que pasen a mejor vida y pasen a formar parte de ese otro «sueño eterno».

Porque el sueño eterno no es sólo el punto ciego del centro de este laberinto imposible sino también la muerte. Una muerte que recorre como un crespón negro todos y cada uno de los escenarios, y que no deja de ser otra cosa que la verdad que subyace tras el simbolismo de ese sueño que no termina nunca. El sueño eterno es la muerte. Y lo bueno de los muertos es que no pueden hablar.

Huelga mencionar aquí la calidad excelsa de todo el equipo técnico y artístico que trabajó en este film. Nada menos que el genio William Faulkner, junto con Brackett y Furthman, en la composición del guion. Un guion basado en la gran novela de Chandler. Steiner poniendo la música. Hickox operando la cámara. Bogart y Bacall, por entonces ya marido y mujer, desprendiendo una química evidente y palpable en cada encuentro que comparten. Hawks dirigiendo... Es demasiado. El resultado, obviamente, es una obra con destino de leyenda.

Ejemplar y rompedora película de cine negro que nos sumerge en una atmósfera turbia y vaporosa. Un ambiente crudo y siniestro con personajes abyectos y funestos, pero cuyo embrujo embelesa, desespera, obsesiona y maravilla a partes iguales.

Brutal.
Arsenevich
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