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España España · Las Palmas de Gran Canaria
Voto de Arsenevich:
9
Aventuras. Comedia Obsesionado con la idea de rodar una película sobre la miseria y el sufrimiento, el director de cine John L. Sullivan convence a los ejecutivos del estudio para que le permitan recorrer el país disfrazado de vagabundo antes de empezar a rodar. Después de trabajar como peón para una viuda que espera de él algo más que cortar leña, huye de su casa, pero el camión que lo recoge lo lleva de vuelta a Hollywood. Sintiéndose completamente ... [+]
8 de enero de 2019
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aunque en la estantería encontrarás esta obra maestra de Preston Sturges en la categoría de «Comedia», lo cierto es que la comedia no asoma aquí por ninguna parte, a no ser durante la desopilante y divertidísima persecución del mini tanque de guerra por parte de la caravana, escena con ecos del mejor Buster Keaton. El resto compone una impresionante fábula moral amarga y reflexiva sobre la pobreza (acerca de la cual se reflexiona hondamente a lo largo del guion) y la fatuidad de la posición social, fácilmente transmutable mediante la falsificación de la personalidad o, más sencillo aún, mediante un simple cambio de vestuario. Obra comprometida y voluntariosa, representa quizá la cima del cine de Preston Sturges.

La película expone un abanico de mensajes que muy seguramente den a pensar largo rato al espectador, pero lo más importante de todo es que la historia no se deja deglutir y fagocitar por los ecos de la moraleja. «Los viajes de Sullivan» es, ante todo, el periplo físico y emocional de su personaje principal, John L. Sullivan (fantástico Joel McCrea), en un recorrido con forma de espiral que le conducirá siempre al mismo epicentro de su laberinto moral: su acomodada vida como exitoso cineasta de Hollywood, anclado en la frívola prosperidad de una filmografía tan exitosa como banal y convenientemente apartado de la miseria que, como un cáncer, se come poco a poco el mundo, enraizada en los múltiples conflictos sociopolíticos de la época (resabios de la Gran Depresión, Segunda Guerra Mundial en Europa, etcétera). Sturges plantea la película quizá como una manifestación solapadamente autobiográfica, pero bruñe a su personaje de un idealismo que resultará inconmovible hasta el punto de poner en serio peligro su vida.

La aparición de «la chica» (la Veronika Lake de siempre: rostro de muñeca, figura imponente, medio rostro cubierto por su mítico peinado) supondrá un replanteamiento total de valores y convicciones para el personaje, que prefiere aplazar una posible unión perfecta y casi mística en pos de la realización de su peculiar experimento. Pero lo que queda claro en todo momento es que este «ensayo de pobreza» está irremediablemente abocado al fracaso. ¿Por qué? Pues por la sencilla razón de que Sullivan en todo momento salta al vacío con red, cosa que no puede hacer la horda de vagabundos y desharrapados a los que intenta emparentarse. Más allá de que logre deshacerse de la surrealista caravana repleta de comodidades que en un principio intenta seguirle para elaborar un reportaje acerca del experimento, en todo momento prevalece en algún nivel de su conciencia la posibilidad tangible de regresar a su suntuosa mansión de Beverly Hills, a su piscina, a sus mayordomos y a su existencia acomodada. Y no importa a qué nivel de abyección se obligue a descender o lo apretado que tenga que dormir en un albergue para indigentes: en un momento dado, y cuando encuentre el cubo de basura de latón vacío, podrá decidir que está harto de sufrir y regresar a la «civilización». Creo que en este concepto radica, al fin y al cabo, el sustrato dramático (por no llamarlo trágico) del film: los pobres de verdad nunca pueden elegir cuándo dejar de serlo.

Sturges demuestra ser un maestro en el arte de la narrativa porque en todo momento logra prevalecer los principios argumentativos por sobre el mensaje social, pero logrando que este cale hondo. Y, además, entreteje una maravillosa parábola sobre la risa y su poder terapéutico, además de sobre su agraciada universalidad: es, prácticamente, el único bien que está al alcance de cualquiera. Así lo entiende Sullivan hacia el final, comprendiendo de alguna manera el valor intrínseco y bienhechor de su cine.

Párrafo aparte, desde luego, para la secuencia inicial, una de las más espectaculares y vibrantes del cine clásico, aunque tan sólo funcione como cebo para el espectador, como un mero resorte del meta-cine con el que se inicia la proyección.

Soberbia comedia dramática de Preston Sturges. Elabora una historia ágil y maravillosa con un mensaje social profundo y comprometido que emula, de alguna manera, al mejor Chaplin. Cuenta con algunas escenas realmente magistrales (la persecución de la caravana y toda la secuencia de la iglesia me parecieron increíbles) y redondea, a través de su doble función de entretenimiento/llamamiento, una impresionante metáfora sobre la condición humana.

Muy buena.
Arsenevich
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