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España España · Las Palmas de Gran Canaria
Voto de Arsenevich:
9
Drama. Romance Retrato de la vida cotidiana de un matrimonio burgués que atraviesa una crisis de pareja. En Milán, tras visitar a un amigo enfermo terminal en un hospital, el escritor Giovanni Pontano (Marcello Mastroianni) acude a una fiesta por la publicación de su último libro. Mientras, su mujer Lidia (Jeane Moreau) visita el lugar donde vivió muchos años atrás. Luego, durante la noche, ambos acuden a una fiesta en la mansión del Sr. Gherardini, ... [+]
26 de diciembre de 2019
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Seguramente en busca de una mayor profundidad discursiva en su mensaje de incomunicación, Antonioni traslada la puesta en escena a la burguesía intelectual italiana de principios de los sesenta para elaborar este retrato de la atrofia y el anquilosamiento sentimental de una sociedad entregada a la fatuidad y la insignificancia del espíritu. Antonioni, no obstante, evita cargar el mensaje de la película de un tono abiertamente crítico y expone los hechos de acuerdo a las reacciones de los observadores que pone en pantalla, en este caso el escritor Giovanni Pontano (un Mastronianni insuperable) y su mujer Lidia, interpretada por una alucinada y muy convincente Jeanne Moreau. Las reacciones de los personajes ante la degradación social que presencian y de la que participan activamente marcan el tono y la temperatura del film, pero no se aprecian eclosiones ni manifestaciones viscerales ante lo mundano. Por el contrario: la actitud contemplativa parece contagiada en todo momento de una apatía que se traslada directamente a la puesta en escena y al desarrollo de argumento en sí.

Antonioni convierte a su musa, Monica Vitti, en una inquieta post-adolescente burguesa, en este caso morena y con gafas, y entregada a un cúmulo de inquietudes que la desmarcan ligeramente de la frivolidad que domina su entorno. Pontoni, irremediablemente atraído por su belleza y su magnética personalidad, se dejará guiar por ella en medio de un recorrido interno que hace las veces de muestrario de costumbres y hábitos de la burguesía, un abanico que se despliega en ese microuniverso que es la fiesta y que Antonioni equipara al trascurso vital en una sola noche, como para otorgar trascendencia al título de la película. Cabe destacar la cuidada puesta en escena de esta larguísima secuencia, orquestada de forma casi coreográfica, y durante la cual los diálogos, muchas veces meras excusas discursivas para exponer posturas y poses, sirven de contrapunto a unos silencios sumamente elocuentes.

Por su parte, el recorrido de Lidia por las calles de Milán nos ofrece la otra cara de la misma moneda, o quizá podríamos hablar de la misma cara de otra moneda. De forma indeleble, ambos mundos están conectados, y puede que ambos ejerzan una simbiosis, siendo uno el resultado del otro o viceversa. La marcada connotación sexual del paseo del personaje tiene que ver con los anhelos reprimidos ante la barrera de las convenciones sociales, y liberados seguramente por la crisis de pareja que atraviesa el matrimonio protagonista y a causa de la cercanía casi epidérmica de la muerte que ambos presencian en el hospital, donde visitan a un amigo moribundo. La escena de ninfomanía de la que Pontoni participa en el mismo hospital condensa ambos focos temáticos: los deseos insatisfechos y la corrupción física y moral.

Antonioni no se molesta en diseccionar las grietas en el matrimonio sino hasta llegar a la maravillosa escena final, cargada de un aire de resaca, de sueño atrasado, de malestar espiritual y, por supuesto, de una apatía sentimental que parece a todas luces insuperable, sin duda el principal obstáculo para la reconciliación y fruto, una vez más, del sentimiento de incomunicación que recorre el corpus de la trilogía como si fuera un hilo dorado.
Arsenevich
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