Da toda la impresión que “Sherlock Holmes: juego de sombras” se trata de una película hecha con prisas. Seguramente el inesperado éxito de su predecesora impulsó a sus responsables a no perder un segundo para que la franquicia no se enfriara y se dispusieron a darle continuidad sin que el nuevo proyecto adquiriera solidez. Ciertamente la película de Guy Ritchie conserva los mismos defectos de su primera entrega pero los aciertos, que evidentemente también tenía, resultan repetitivos y sin la misma frescura. Ritchie ha sabido consolidar a un par de personajes, darles entidad y dejar que tanto Robert Downey Jr. como Jude Law los hagan suyos pero parecer haberse olvidado del resto. Así pues, la aparición de un tercero en discordia como es el personaje de la gitana Sim resulta inconsistente y no logra en ningún momento robar protagonismo a la pareja principal. Tampoco el malo de turno está a la altura de lo que cabría esperar. Mal presentado para los que no dominen el universo Holmes, el profesor Moriarty se ve disuelto por momentos en toda una amalgama de persecuciones, explosiones y peleas en un trama confusa y enrevesada. El intento por parte de los guionistas de darle algo de peso específico mezclando conspiraciones políticas aprovechando el contexto histórico no acaba de funcionar y todo parece quedar a expensas del duelo interpretativo entre Downey Jr. Y Law, de cuyos ingeniosos e irónicos diálogos extraemos algunas de las pocas gotas de inspiración de la película. Poco bagaje en todo caso para una franquicia con intención de perpetuarse, en la que cada nuevo film debería aportar algo nuevo con respecto al anterior. Malo pues cuando a la segunda entrega el invento ya da síntomas de agotamiento y aunque es sabido que ya hay un tercer proyecto en el horizonte bien harían sus responsables en dejarlo aparcado al menos hasta que no tengan una historia al nivel real de tan insigne personaje.


Lo mejor: su notable diseño de producción, heredero de su predecesora.

Lo peor: un guión muy flojo y poco original.